martes, 22 de enero de 2013

Déjame conocerte.

Tenerte cara a cara, hablándome de corazones, té y otros vicios y pretender disimular las ganas de besarte es tan imposible como aguantarse el grito al notar que tu cuerpo cae al vacío; sin posibilidad de agarrarte a una rama.

Y así me sentía: indefensa por no poder abordar toda aquella catarata de palabras a causa de tener la mente atrapada en tu boca

No quería que me recordaras por lo torpe y tonta que parecía en ese momento, ni mucho menos por como beso. Tampoco por lo calientes que eran siempre mis manos; quería más. Por ello, cuando noté que el precipicio se acababa y que la única rama que me podía salvar era tu cuello, me amarré a ti. Y te callaste, supongo que sorprendido por mi arrebato; ese que hizo que tus palabras entrecortadas chocasen directamente sobre mi boca.

Entonces noté como tus manos se relajaban sobre mi espalda, y como tu pecho te pedía a gritos estar un poco más cerca del mío; como
tu calor me invitaba a pasar, sin necesidad de quitarme los zapatos... 






Como, poco a poco, me dejabas conocerte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario